Piso 13
Elevator
Manolo
D. Abad
Turbulencias, 2012
74 páginas
No me gustan los
ascensores. Cada vez que llego a mi destino se me atraganta la
angustia de pensar que, esta vez sí, la puerta no se va a abrir, y
entonces tendré que tocar ese timbre de emergencia que tan poca
confianza me inspira, o el interfono que me comunique con
mantenimiento, o probar a usar mi teléfono, o golpear desesperado la
puerta, arañar las paredes, desgañitarme mientras me cuezo en miedo
y asfixia… no me gustan nada. Desgraciadamente las escaleras me
gustan menos aún y siempre me la juego.
En
“Elevator” la puerta se abre, y casi sería mejor para su
protagonista que no lo hiciera. Esta primera novela de Manolo D.
Abad nos enfrenta a lo que bien podrían ser lúbricas fantasías
que se vuelven pesadillas de trago largo y poso rancio. No pocos de
los tipos que recorremos el mundo hemos fantaseado en alguna ocasión
con una desconocida que aparece en la mesa del bar dispuesta a
llevarnos al séptimo cielo. Alguno más osado ha añadido a la bella
desconocida un par de amigas. Por ejemplo.
Tampoco
les será ajeno a los aficionados al género negro, en cualquiera de
sus vertientes, la partida de póker en la que manejarse con soltura.
Una de esas partidas para gente de mundo, con barras surtidas,
cantares varios y humo en abundancia. Incluso las peleas de bar le
resultan familiares a nuestro imaginario, con sillas que vuelan,
dientes que se tambalean y huesos que muestran su fragilidad.
Ni
siquiera los bares de siempre, lugar sacrosanto en peligro de
extinción, donde llegar sin usar artilugio alguno y saber que es
cuestión de esperar, sentarse, pedir y dejar que ocurra lo que tenga
que ocurrir, se libran de la metamorfosis.
Porque
todo ello, y alguna cosa más que prefiero no contar, se pervierte en
la novela, se retuerce hasta enseñar su reverso tenebroso, su
perfil más angustioso. El más bello de los cuerpos no esconde sino
un saco de vísceras húmedas, así se nos muestran esos posibles
objetos del deseo.
Y
sin embargo no es eso lo más inquietante. Lo más inquietante de
todo lo que le ocurre a Nico (el protagonista), y es mucho, no es el
tener que enfrentarse a pruebas cada vez más desquiciadas, lo peor
es que atraviesa, a golpes de prosa directa, un pasillo flanqueado de
puertas que llevan a estancias aterradoras para finalmente
enfrentarse al verdadero horror. La vida que llevas ¿merece la pena
ser vivida?
Las
escaleras ya no parecen tan mala opción.
Jorge
Alonso
Publicado en el suplemento "Cultura" del diario "La Nueva España" del 7 de febrero de 2013
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