miércoles, 6 de febrero de 2013

"Elevator" reseñado en el suplemento "Cultura" del diario La Nueva España de hoy

Piso 13
Elevator
Manolo D. Abad
Turbulencias, 2012
74 páginas

No me gustan los ascensores. Cada vez que llego a mi destino se me atraganta la angustia de pensar que, esta vez sí, la puerta no se va a abrir, y entonces tendré que tocar ese timbre de emergencia que tan poca confianza me inspira, o el interfono que me comunique con mantenimiento, o probar a usar mi teléfono, o golpear desesperado la puerta, arañar las paredes, desgañitarme mientras me cuezo en miedo y asfixia… no me gustan nada. Desgraciadamente las escaleras me gustan menos aún y siempre me la juego.
En “Elevator” la puerta se abre, y casi sería mejor para su protagonista que no lo hiciera. Esta primera novela de Manolo D. Abad nos enfrenta a lo que bien podrían ser lúbricas fantasías que se vuelven pesadillas de trago largo y poso rancio. No pocos de los tipos que recorremos el mundo hemos fantaseado en alguna ocasión con una desconocida que aparece en la mesa del bar dispuesta a llevarnos al séptimo cielo. Alguno más osado ha añadido a la bella desconocida un par de amigas. Por ejemplo.
Tampoco les será ajeno a los aficionados al género negro, en cualquiera de sus vertientes, la partida de póker en la que manejarse con soltura. Una de esas partidas para gente de mundo, con barras surtidas, cantares varios y humo en abundancia. Incluso las peleas de bar le resultan familiares a nuestro imaginario, con sillas que vuelan, dientes que se tambalean y huesos que muestran su fragilidad.
Ni siquiera los bares de siempre, lugar sacrosanto en peligro de extinción, donde llegar sin usar artilugio alguno y saber que es cuestión de esperar, sentarse, pedir y dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir, se libran de la metamorfosis.
Porque todo ello, y alguna cosa más que prefiero no contar, se pervierte en la novela, se retuerce hasta enseñar su reverso tenebroso, su perfil más angustioso. El más bello de los cuerpos no esconde sino un saco de vísceras húmedas, así se nos muestran esos posibles objetos del deseo.
Y sin embargo no es eso lo más inquietante. Lo más inquietante de todo lo que le ocurre a Nico (el protagonista), y es mucho, no es el tener que enfrentarse a pruebas cada vez más desquiciadas, lo peor es que atraviesa, a golpes de prosa directa, un pasillo flanqueado de puertas que llevan a estancias aterradoras para finalmente enfrentarse al verdadero horror. La vida que llevas ¿merece la pena ser vivida?
Las escaleras ya no parecen tan mala opción.

Jorge Alonso

Publicado en el suplemento "Cultura" del diario "La Nueva España" del 7 de febrero de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario